Del asombro de vivir

Antevasin

Siempre he creído que sentir es un superpoder, que se pone en acción a partir de la capacidad de percibir una emoción desde nuestro cuerpo, por medio – aunque suene redundante – de los sentidos o de un estímulo externo y provocador, – ¡ah qué sabroso suena la palabra provocar, provocativo, provocador! 

Y cuando apelamos a su significado, se vuelve aún más y es que provocar es llamar para hacer salir, estimular, desafiar, y es que a mí me gusta, me encanta y me detona todo eso…

Debo ser honesta, hace un par de meses me caí de cabeza en las escaleras de casa, una madrugada y mientras caía con la plena certeza de que no había manera de detenerme y de evitar la probable muerte, o al menos la fractura de todos mis huesitos bonitos en el camino, al final ni muerta ni fracturada, lo cual fue una hermosa sorpresa, y en el camino aprendí varias cosas, que me han hecho vivir de una manera completamente distinta a partir de ese día…

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Mientras caía, la cámara lenta hizo de las suyas, y frente a mis ojos cerrados e imposibilitados para abrirse, – a pesar de intentarlo – pasaron los momentos más hermosos con mi madre, hermanos e hijos, los sueños cumplidos, todo lo que falta por hacer, los amores, los desamores, un largo etcétera que cabe en 8 escalones volados.  

Detenerme al llegar al descanso de la escalera, chocar con la pared, con manos de por medio y la cara y nariz como freno. Detenerme y sentir que no podría volver a moverme.

Sentir las rodillas, el resto del cuerpo y el rostro arder y pensar, que ese incendio interior es como debe sentirse la muerte. Luego sentirme carcomida por el pensamiento recurrente de quién sería quien me encontraría ahí, botada, reducida a nada… Tener fe repentinamente, y rogarle a ese ente omnipotente que no fueran ni mi madre ni mis hijos, que no fuera la primera imagen que vieran al despertar.

Perder toda esperanza y estar ahí, botada.

La inmovilidad total. De repente sentir, mover mi mano izquierda y sentir todas y cada una de las texturas de la alfombra, casi poder imaginarla en la mente, sus colores degradados de un grosor y sonido extraños, acceder a una sinfonía sinestésica, con instrumentación orquestal incluida, rayitos de sol y la certeza de posibilidad de los milagros.

¡¡¡Siento, siento, siento!!!

Siento luego existo -sentio ergo sum- y, si siento, vivo. En ese pensamiento decidí detenerme, ¿cuántas veces hemos ido por la vida anestesiados y negándonos a sentir? ¡Qué desperdicios de óvulos y espermatozoides, caminar por el mundo sin vivirlo, ni desear experimentarlo!

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Seguí sin poder abrir los ojos por un buen rato bajo la certeza de que tendría nuevas oportunidades. Lo único que tenía que hacer era emitir un sonido y lograr que alguien me escuchara, para corroborar la hipótesis. Al principio la nada, y la frustración, más tarde un sonidito gutural, y luego un grito: Ser rescatada por mi hermano, corroborar el aliento de vida en mi ser.

Decidir vivir todos y cada uno de los días bajo la premisa de la existencia de los milagros, y gozar del asombro de redescubrir todos y cada uno de los estímulos como si fueran nuevecitos, con aroma a recién desempacados: abrir espacio a la curiosidad, la sorpresa y el asombro. Honrar el milagro de la fusión de dos células microscópicas para convertirse en mí, en ti y en todo lo que amo.

De fondo en el score de está película Hasta el Sol de la Orquesta 24 cuadros, justo en el momento que dice: “y es hoy que nos vamos al sol…”

El tango Celos justo cuando los violines rasgan el aire, todas las danzas húngaras de Brahms, Krhuangbin, The XX y Cigarettes after sex, más todo lo que amo de Spotify.